Este artículo se centra en la trayectoria de los juguetes de peluche desde las memorias de la infancia hasta los favoritos de culto universales, explorando su atractivo perdurable a través de generaciones y clases sociales. Desde la resonancia de trabajador social evocada por el "tiburón cansado del mundo" de IKEA, Broe, hasta la sonrisa reconfortante de JellyCat, estos adorables objetos, con sus personalidades únicas y su tacto cálido, se han convertido en vehículos para la proyección emocional de las personas. No sólo sirven como cojines emocionales contra las frustraciones de la vida, sino también como iniciadores de conversaciones sociales y sustento espiritual. En los grupos de Douban, decenas de miles de personas comparten su "vida cotidiana con los tiburones". En la vida real, los peluches se consideran "familia" y "compañeros", ofreciendo una compañía sencilla para aliviar la soledad y el estrés de los adultos. A pesar de ser productos producidos en masa, encarnan conexiones emocionales únicas e inocencia infantil, convirtiéndose en símbolos atemporales de curación. Demuestran cómo, en la era de la “economía emocional”, los objetos, a través de su calidez y su significado, pueden dar a la vida una resonancia propia de los cuentos de hadas.